martes, 29 de agosto de 2017

2/33/1985


Con lo que viví en 1985 cualquier escritor podría desarrollar un drama.
Dos amigos de la Habana habían llegado meses antes que yo a México y fue uno de ellos quien me presentó a Ricardo Sacar empresario del Estado de México, que tenía una Compañía constructora. Para el día 4 de enero estaba preguntando cómo se llegaba a Valle Dorado en Tlalnepantla palabra que me costó años pronunciar bien.
Allí sería mil usos. Carpintero, chofer, cobrador de cuentas difíciles y amigo de la casa. Me tocó trabajar con personas excelentes. Gané mis primeros salarios y conocí la explotación por primera vez en México. El día 18 de febrero di las gracias y no volví.
Tiber # 40 Zona Rosa. El entrevistador nos hace pasar a una sala como de cine y desde el fondo viene corriendo un joven amanerado que salta al estrado y habla sin parar de dinero, dinero y dinero, con una pequeña inversión el dinero fluirá en abundancia. Después de dos horas, nos pasan a un cubículo y una pequeña entrevista. Invertir en Cosméticos salvará la economía del mundo. Salí ya noche sin haber aceptado tan “brillante” oferta. Saqué del estacionamiento el auto que tuvo a bien prestarme mi esposa para el trámite y por Sullivan me detuve a preguntar a un grupo de trabajadoras sociales que estaban a la orilla de la acera por la salida a Mixcoac, caía la noche, mujeres hermosas y con poca ropa según pude advertir al acercarse al coche, 4.000 con hotel incluido me dijo una con una rara impostura de la voz, que me hizo ver que tras el maquillaje se escondía un amable caballero.
Para marzo estaba buscando otro trabajo, llegué a una fábrica que hacía sillas y mesas para escuelas. El capataz me contrató por 11.000 a la semana y el sábado el dueño, un hombre joven, me paga 9.000. Al reclamar la diferencia, explica que ese es el sueldo de una persona con experiencia, le explico que soy modelista y puedo hacer cualquier pieza en madera. Por esta semana le daré lo prometido, y la siguiente serán los 9 mil. El lunes búsquese a otro, le dije dándole las gracias. Aún venía muy verde de Cuba para lidiar con este nuevo mundo.
El periódico Universal me sirve para buscar trabajo. Allá voy a la calle de Tuxpan, la oficina es sobria y me atiende una secretaría parca y amable. Me pasan a una sala de juntas pequeña, entran tres personas más y un joven saluda y pregunta ciertas cosas, como noto la ambigüedad de su tono, le preguntó a quema ropa sobre la oferta de trabajo, me escucha callado, se disculpa, sale unos minutos y al regresar dirigiéndose a mi pregunta mi nacionalidad. Lo sentimos no contratamos extranjeros. Iba camino a la salida cuando un empleado me hace pasar a su oficina, ¿el entrevistador le dijo que no contratan extranjeros?, vaya a esta dirección y pregunte por esta persona, es su paisano él puede ayudarle, extendió una pequeña hoja con una dirección, un teléfono y un nombre, agradecí y salí de allí.
Crepúsculo era una calle al sur de la Ciudad a un costado de Insurgentes y muy cerca del Periférico. Por esos días mi esposa trabaja en un jardín que está a dos calles de ahí. Voy buscando la dirección, sin haber llamado antes y el número coincide con un edificio enorme que tiene un Quijote en la entrada. Saludo a una chica de uniforme que me pregunta en qué me puede servir, vengo buscando al Señor José Delgado Álvarez, soy cubano. Extremó su amabilidad antes de responder que el Director estaba de viaje y volvería a fin de mes. Si deseaba dejar algún mensaje. Creo que escribí algo así como acabo de llegar de Cuba y alguien me recomendó con usted, puse mi nombre y un teléfono. Pudo ser otro el mensaje. Me despedí. A los 30 días llamó Delgado Álvarez a mí casa. Dejó un recado, que me presente el lunes a las 9 am. Fue un encuentro entre dos cubanos, nada de puesto, ni empacho. Acabas de entrar a Grolier SA de CV, aquí puedes hacerte millonario si te esmeras. Tomamos café cubano, el fumó un tabaco. Preguntó sobre Cuba y estoy seguro que en esa hora, fui ojos para su añoranza de nuestra tierra. Después de un emotivo abrazo alguien me llevó a la oficina de Miguel Laurent muy cerca del parque hundido. Allí me esperaba el Gerente de oficina. Un recibimiento excelente. Era yo recomendado del Director.
En Grolier hice buenos amigos, pero sobre todo aprendí a cambacear, palabra desconocida por mí hasta ese momento. No podía salirme de un formato preestablecido de ventas, fue la escuela de la venta callejera, con ellos colaboré hasta el día infausto que desperté bruscamente debido a que la tierra estaba temblado.
Abril mi hija no le gustaba dormir en su cuna y en la noche se bajaba y pasaba con nosotros, la devolvía a su cuna y así hasta que a ambos nos ganaba el cansancio. Yo entrecerraba los ojos y me moría de la risa ver las técnicas sofisticadas que usaba para trepar la baranda y dejarse resbalar sin hacer ruido hasta colocarse entre la madre y yo, cuando contaba solo con dos años y medio.
Antes de percatarme del movimiento del piso sentí el ruido seco de la pared quebrándose, justo como una alarma horrible a la hora en que solía despertar. El instinto me indicaba que era un temblor y mi primera reacción fue cargar a mi Abril y ponernos a salvo. Sin saber realmente qué hacer.
Fue mi esposa la que me explicó que era mejor permanecer en la casa, que era un edificio antisísmico y que si salíamos los vidrios rotos que caían de los pisos altos podrían herirnos o matarnos.
Encendimos la tele, México era un caos. Se fue la electricidad y enseguida volvió. Seguí cargando a mi hija sin recordar soltarla para nada. Me vestí como pude y pedí que me llevaran a una emisora de Insurgentes sur que pedían personas para ayudar. Allí me llevó mi mujer a regañadientes. Me monté en una camioneta que salía para el Hospital que hoy se llama Siglo XX. Mientras llegábamos iba viendo el destrozo que el sismo dejó en muchas casas del camino.
Durante años no pude hablar de esto sin poder evitar que se me saltaran las lágrimas. Hoy que lo escribo medito sobre aquellos momentos que lograron unir como nunca he vuelto a ver al pueblo, a la gente de todas las clases. El desastre, la muerte superó al Gobierno, en las primeras horas el instinto de la gente funcionó para desviar el tránsito, ir a escarbar entre los escombros, ayudar, ayudar, ayudar. Hasta hoy es una de las mayores experiencias de mi vida.
Por no haber ido 4 días a trabajar, cuando volví a la oficina el 23 de septiembre, mi jefe, hombre muy joven y sin la sensibilidad social adecuada, me dijo que en el Estado de México, zona donde íbamos a trabajar no había pasado nada. Le agradecí por todo el tiempo que habíamos trabajado juntos, por todas las veces que me invito a su casa y las amabilidades de su linda familia, le estreché la mano y lo dejé confundido con mi salida.
Meses antes del temblor, fui con un compañero a la Feria del Hogar del Palacio de los Deportes. Mi curiosidad me hizo ir al stand de la “competencia” Encyclopaedia Britannica de México”, sentada haciendo un contrato estaba una Señora rubia de ojos claros de baja estatura, al pasar la mirada vi en su cuello un dije que era la isla de Cuba. La saludé, eres cubano verdad, sí. Allí sin que ninguno de los dos lo supiera nacía la amistad más grande que he tenido en México, la mujer que escuchó todas mis penurias y miren que tenía en abundancia, y me enseñó a vender de forma profesional por primera vez en mi vida. Me hizo parte de su familia y me ayudó a salir adelante en una etapa de mi vida muy difícil.
Al llegar a mi casa aquel lunes 23 de septiembre busqué la tarjeta que la Gerente de Grupo María Dolores Maicas de Ezpeleta me había dado en aquella Feria del Hogar. Angel cómo estás? Después de los saludos, le explique que si habría posibilidad de trabajar con ella, me dijo que sí, por supuesto, que podíamos agendar una cita para… No Loly atiéndeme hoy, por favor, necesito trabajar pronto. Conoces las Lomas de Chapultepec, no, pero dime como llegar.
Después de los necesarios días de entrenamiento y conocimiento de los productos que manejaba Britannica, Empecé mi etapa de vendedor en la mejor compañía de ventas de libros que México ha tenido. Loly me enseñó a vender la Enciclopedia más completa del mundo, la forma de explicarla al cliente y las variantes de la negociación con los prospectos tomando siempre en cuenta que el nivel de los mismos es la clase de los empresarios, Gerentes, Doctores y personas que tienen un buen conocimiento del producto y de los negocios. Vendí las suficientes “Britannicas” para ganar premios y diplomas.
A Loly la volví a ver cuando llegué a la una de la mañana a la funeraria, la familia se había retirado a descansar unas horas. Le pedí al empleado que encendiera las luces, fui al féretro y bese el vidrio a la altura de su frente. Después lentamente sin poder evitarlo, lloré.

1/33/1984


El mes de septiembre de 1984, promete ser un mes más de espera por trámites de inmigración mexicana y cubana. Ambas parecen haberse puesto de acuerdo para impedir que yo pueda salir de La Habana.
Aún no he tenido la oportunidad de conocer a mi hija nacida en la Ciudad de México, el 19 de diciembre de 1982.
Llevo cuatro meses trabajando de ayudante de albañil en una obra en la 5ta. Ave de Marianao, para cumplir uno de los requisitos impuestos por el Instituto cubano de Inmigración, si no tiene usted un trabajo oficial, no podrá abandonar el país.
Para entonces llevo cuatro años trabajando ilegal como fotógrafo, cubriendo todo tipo de fiestas, y tengo una clientela que me permite ir sacando lo necesario para vivir. A todas estas estoy remodelando la casa de mi madre y batallando para conseguir los materiales que me permitan concluir a tiempo.
Las llamadas a México eran un verdadero suplicio. Se pedía por la mañana y no había hora fija para que la enlazaran. Se podía estar todo el día y la llamada la enlazaban 8 o 9 horas después. Y solo permitían 6 minutos de conversación.
Cada semana durante casi dos años la respuesta era casi idéntica: “Me dijeron que volviera el próximo viernes pues aún no tiene respuesta”. Quien hablaba era la mamá de mi hija y si lo que decía era o no cierto nunca la cuestioné sobre el particular.
Solo veía como otros cubanos salían antes que yo sin tener incluso hijos de por medio.
Así llegó el mes de octubre y desesperado le pedí a una persona me llevara con una bruja de esas que abundan en Cuba. La Señora no pudo atenderme estaba convaleciente de una amputación de pierna. Nos mandó con un Señor vecino, era el primero o segundo día de octubre.
Mis tíos, siempre bondadosos conmigo, me habían mandado no solo el dinero del avión, pues no aceptaban pasajes en moneda cubana, se requerían dólares. También enviaron a la mamá de mi hija, en Ciudad México, la cantidad de tres mil pesos americanos para sobornar al oficial del INM mexicano para que diera la visa que habían negado por casi dos años.
En el año que narro José López Portillo era presidente de México y había nacionalizado la banca por lo que al cambio mi ex pareja recibe dinero mexicano. En los días que el dinero permanece en su casa, la muchacha que hace la limpieza lo hurta y cuando llega el día de llevarlo a Inmigración se encuentran que no está. Gracias a la velocidad con que la familia se mueve logran recuperar casi todo el dinero. Sin necesidad de que intervenga la policía, pues entonces nunca habría aparecido.
Al llegar a la casa del Señor recomendado por la bruja, nos hace pasar a una habitación extremadamente limpia y sin muebles, recuerdo solo una silla. Negro, viejo y enjuto, no habla mucho, solo dice que no era necesario ir a verlo, me mira a la cara y me dice, antes de fin de mes no estarás aquí, acostumbrado a tratar con todo tipo de timadores, no pongo expresión alguna en mi rostro. Sí, repite, antes de fin de mes te vas de Cuba. No quiso que le pagara nada.
La noche antes de salir no quise hacer fiesta, no sentía ninguna emoción como para ello. Visite a unos amigos y vi como mi madre preparaba la maleta con las pocas cosas que le había puesto para irme.
Casi no hablamos esa noche. Mi hermanita dormía, sin darse cuenta de lo que pasaba.
En la mañana vino un amigo por mí en un vehículo de su trabajo. Antes entré a despedirme de mis tíos y primos. Ellos por miedo a los mítines repudio de 1980, y temerosos de verse envueltos en algún problema con el Estado no me hablaban desde ese año. Entré un momento los saludé y abracé y salimos junto a otro amigo rumbo al aeropuerto, mi madre no quiso acompañarme. Todavía le pedí a mi amigo que pasáramos a ver a un matrimonio de amigos muy queridos pues no sabía cuando nos volveríamos a ver.
Al llegar a la terminal aérea me despedí con un fuerte abrazo de mis dos amigos y entre a la pecera para documentar. Todavía estuve un tiempo allí que permitió ver llegar a una amiga muy querida y su familia, nos despedimos a través de un vidrio. Fue un trámite rápido, de pronto me vi caminando hacía un enorme IL 62-M que esperaba en la pista.
Recuerdo que iban pocas personas a bordo y entre ellas una chica de cabellos azules y naranjas, extranjera. Tomé mi lugar y comencé a llorar.
El viaje transcurrió sin que prestara atención a los detalles. Solo me impactaron dos cosas, El Pico de Orizaba, majestuoso y cubierto de nieve como un ojo impresionante entre la vegetación. Y la entrada al cielo contaminado de la Ciudad de México, mi nuevo país, con su nata de nubes magentas, amarillas y naranja dándome la bienvenida al mundo que me esperaba.
Al avión lo fueron a estacionar al fondo mismo de una pista y hasta allá fue un autobús de doble nivel para recogernos.
Después de una serie de cuestionamientos pude por fin acceder a una sala que al abrir sus puertas me permitió ver a mi esposa, mis dos cuñadas y mi hermosa hija.
Estando en los saludos alguien se acerco para invitarme a pasar a Inmigración allí me retuvieron unos diez minutos y me indicaron que me presentara el lunes en la calle de Juárez frente al Hotel Regis.
La salida del aeródromo fue lenta las calles atestadas de autos donde parecía que no se podía pasar de un carril a otro. Todo me resultaba enorme. Noté que la luz llegaba como filtrada y no se visualizaba la transparencia de Cuba.
Casi una hora después estábamos en casa en el edificio A-10 de las Torres de Mixcoac.
Aún no podía darme cuenta que en pocas horas mi vida se había transformado para siempre.