No todos los que escriben tienen mundos similares, algunos lo han pasado peor, nunca lo declaran.
Desde el balcón de persianas de madera
convertido en guarida y alcázar,
suelo ver los que pasan sin ser visto
Como asiento una cama
en un cuarto de tres por dos,
rodeado de una ciudad,
que para ser sincero murió hace treinta años
Ella es una paloma temerosa
que busco cada día entre ruinas que han quedado
Luz que se esconde, igual que yo,
de preguntas sin sentido
Hablar de política ahuyenta a los que
no saben luego estarse en un rincón leyendo,
van de casa en casa alteran la hora de la siesta
Con el pretexto del café dan de improviso
el giro y la emprenden contra el orden
que cada quien da a su vida
Orden que puede ser un caos sin norte
ni punto de partida
donde se requiere pedir instrucciones
si es preciso adentrarse
El gato es el único que siempre regresa,
aunque se vaya por mucho tiempo
Busca mi mano,
que mientras sostiene el libro que leo,
lo acaricia de la cabeza
al nacimiento de la cola
y aún se estira hacía la guillotina
en que se ha convertido una persiana rota
que deja entrar, a una hora precisa,
el filo de sol que corta mis ojos
En las paredes cuelgan otras pinturas
cada libro comprado, con el breve salario de maestro,
es un tono más claro al pasar del tiempo
Una playa se divisa a lo lejos
siendo igual a la de antaño,
pero resulta otra contemplada de la forma
en que miran los turistas
Ya no es la misma torre inexpugnable
donde llegan aliados a buscarme
y embebido de lecturas ignoro
Ahora nadie llega, no llama nadie
ni yo leo recostado contra la vieja ventana
Hoy escribo sobre un mundo de arenas
e imagino playas y muchachas bronceadas
Simulo sueños para componer
la tarde que me espera
donde duerme ausente de besos
el pasado