miércoles, 22 de octubre de 2014

Algo para compartir


En la esquina de la mesa del comedor escribo. Cada mañana sigo una rutina, un primer café y las teclas. Las ideas aparecen al recordar lo que soñé, algo que me contaron. Mi perra se acuesta a un lado de mi silla.
Entre consultas de páginas de noticias, Aristegui y responder a los correos y otras cosas, transcurren dos horas. 
Los poemas van saliendo aparejado a todo. Algunos van a ocultarse en la parte de adentro, de este soporte electrónico. Otros menos difíciles salen a la primera. 
Luego los voy corrigiendo con más calma. Si se ocupan para un libro u otra publicación los elijo y compongo, dándoles una mano de gato de último minuto.
Sin embargo sigo la costumbre de no tocar mucho lo construido, quizá una palabra que no acaba de cuajar, pequeños detalles. 
Hago los poemas como hago las fotos, encuadro a la primera y acciono el obturador. Y aunque todo se vale, fiel a los consejos de Martí, intento no recalentar el verso. 
Porque puede mejorar, sin embargo puedo correr el riesgo de alterar lo que deseaba decir. 
Por momentos vuelvo a lo escrito en años anteriores y reconstruyo algún trabajo que en su momento me agradó, pues ya visto con algo de madures resulta listo para un segundo aire. 
Hace unos meses era yo quién salía primero de casa. Ahora todo ha dado un giro maravilloso, soy el último.
Después de eso me preparo para salir a trabajar. 


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