Entre Las Vegas y Ontario, California.
la furia azul posa la vista en Ontario
deshace la intermitencia de las líneas blancas
Tres Mosqueteros
y la música de Hector Lavoe
vida de trashumante en función de un mal destino
El jaquet de corredor y los zapatos de cuero brasileño
en noche grata que se vuelve infierno
Era mi sedán De Ville con el tanque lleno
y la conciencia vacía
Ella lo sabía
más la buena vida dictaba
Ocho cilindros rugen por el desierto
la ciudad del juego queda detrás
La cuatro cabezas zigzaguea en el asfalto
Los besos de dinero se olvidan pronto
cuando la desgracia pone distancia definitiva
Cada inercia deja gritos en la tierra
donde el río que me lleva se desnuda
hacia un foso interminable de recuerdos
voy cayendo y me sostengo de tu cuerpo que se aleja
de tus labios que se desdibujan
invisibles mordidas de metal contra la orilla
sin querer el alma se ha manchado
entre tanto la mirada ida
descubre en un recodo lo que espera
una franja de luz lanza el aviso
se desangra la visión ante la arena
de mil playas que chocan con la costa
y a lo lejos por primera vez
tus ojos se abren a los míos
serenos diques del atardecer
infinitos mundos que se entregan
Lado a lado del camino las chispas incendian
la tarde fuego que acaricia la cinta
Pienso en los quejidos del Tritón sobre la arena
los pasillos aún oliendo a fresco
la brisa que traspasa los vidrios
el aire acondicionado me relaja
Y siempre tú pedazo de tierra florecida
en algún lado del mundo de arenas que sortea
la nave errante del pirata
esquivo los tres metros de olas sobre el muro
de un malecón a prueba de distancias
entre una boca reseca y unos ojos que se nublan
Dos cuchillos de sangre van dejando herida la carretera
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