domingo, 3 de septiembre de 2017

5/33/1988
Mi primera tarjeta de crédito me la otorgó el Banco Internacional. Pronto comencé a tener problemas para los pagos pues sin sueldo fijo, me complicaba entre comprar, vender y tener que esperar demoras para recibir los pagos de compañías con las que hacía negocios y llegó el momento que me boletinaron. Después de unos avisos se presentaron en mi casa dos abogados del banco y se me hizo fácil entregarles el televisor que después del robo, mi mujer había comprado. 
Aquello finiquitaba la deuda, pero acarreó uno de los episodios más desagradables de mi vida. Recuerdo que después de la cena y todos en la casa dormidos nos sentamos en el comedor mi mujer y yo, y poco a poco, como llega una ola incontrolable, me fue diciendo sin usar un solo improperio, las palabras más hirientes que alguien me ha dicho en toda mi vida. Desde, bueno para nada, hasta mantenido. Soporté el largo monólogo sin decir nada. Opté por callar y Dios solo sabe qué me hizo no alegar, si la frustración o la vergüenza.
Al otro día en la tarde le pedí que me acompañara a Suburbia, allí comimos y después con mi tarjeta de la tienda compré otro televisor y un reproductor de vídeo. También uno de aquellos primeros juegos tipo “nintendo” con el que pasamos la tarde jugando mi hija y yo.
Pagar la renta de la casa era mi responsabilidad. Cuando llegó el mes en que se cumplía el año, el propietario nos visitó con la novedad de un 50% de aumento en la mensualidad, al principio traté de negociar con él un precio más razonable, cuando de pronto sale con era su departamento y que podía poner el precio que le conviniera. Entonces le indique lo que decía la ley, tal parecía que le había mentado la madre. Se puso frenético, al punto que me dijo algo así como que no estábamos en Cuba y que nadie se quedaría con su departamento. Error. Le indiqué la puerta de su casa, y le dije, iremos a pleito, cerrando la puerta detrás de él. 
El juzgado determinó que yo tenía razón y se congelo la renta solo con un 15% más de incremento. Y comenzó a correr otro año. Como se depositaría la renta en el juzgado, ya no tendríamos que vernos. Así pasaron como 6 meses hasta que un día al salir del edificio lo encuentro esperándome, después del saludó, amablemente me invita a tomar un café, por ahí cerca para conversar. Ahora el tono era conciliador. Y lo traté en consecuencia, en todo momento le hice saber que nunca pasó por mi mente quedarme con su casa, y que sólo le pedíamos un año más para mudarnos, al cabo faltaban pocos meses, funcionó para ambos y nos despedimos de manera cordial. 
Ese año mi relación matrimonial llegaba al punto más bajo posible. No voy a contar cuestiones personales, ambos tuvimos culpa y no supimos construir una relación duradera. Empezando por las diferencias de cultura y mis grandes y graves inmadureces, la falta de comunicación y otros factores negativos sellaron la ruptura definitiva. Sin embargo esta vez no me corrieron. Nos mudamos a cuartos separados y aún yo abrigaba la esperanza de que pudiera haber una reconciliación. Hablábamos lo imprescindible y punto.
A principios de año un proveedor me cuenta de unos cubanos que tenían un negocio de venta de uniformes en el viaducto Tlalpan, llamado Cotica. Una de las familias de cubanos más trabajadoras que he conocido. Vivían sin presumir la situación económica desahogada que habían logrado gracias a muchos desvelos. Me brindaron su amistad sin recelo, paseamos juntos, cuando la situación se puso más difícil, hasta me dejaron dormir muchas veces en sus casas. 
Por aquellos meses fui a León en busca de un pedido de zapatos blancos para enfermeras que no podía hallar en el DF. Estacioné en una esquina de la zona industrial y toqué la puerta de una nave industrial, mientras me atendía un empleado se fue acercando un señor a la puerta, preguntando que deseaba y cuando me oye hablar dice, de qué parte de Cuba eres, de Marianao… yo soy de Lawton, como si hubiera salido tres días antes. Da unas órdenes al empleado y me pide que lo acompañe, aquí no fabrico zapatos de enfermera pero te voy a llevar a donde hacen todas las suelas, me dejó allí y quedamos en vernos más tarde. Así fue, me dieron tres direcciones, compré los zapatos y pasé a su empresa ha despedirme. Mientras nos tomamos un café me pregunta a qué me dedico y me invita a conocer la fábrica. Tenía una enorme nave llena de cajas de zapatos en el piso, se podía caminar entre ellos. Estos son devoluciones por termino de temporada, tengo un convenio con Palacio de Hierro, Suburbia y Liverpool, lo que no vendan se los recibo. De cualquier manera todo se vende. Te gustaría vender zapatos. Dije que no sin pensarlo mucho y agregó, piénsalo. Nos despedimos y agarré rumbo al DF. 
Le conté a un cubano con el que me reunía mucho por aquellos tiempos. Era una buena idea para ganar un dinero extra. Y aunque él trabajaba de visitador médico, la oportunidad lo entusiasmó. A los pocos días estrenando auto de su nueva compañía salimos mi amigo y yo a León. 
Pasamos todo el día conversando y haciendo planes los tres. Al atardecer Gustavo nos dio, al dedo, un lote de unos treinta pares de zapatos a cada uno, para que probáramos. Mi amigo el doctor, sería Gerente de Ventas si decidía irse a vivir a León y yo, bueno, yo sería vendedor. 
A los quince días yo había vendido todos los zapatos que me dieron y al llamar al futuro Gerente de Ventas, no había vendido ni un par. Acabé pidiéndole sus zapatos y vendiéndolos. Mi amigo el médico resulto ser bueno para venderse pero malo para vender.
El próximo viaje a León para pagar lo hice solo otra vez. Pagué lo pendiente y mientras conversábamos Gustavo y yo, le indica a un empleado de confianza que se acercara. Ángel que coche traes, una Caribe, fulano cuántas cajas le cabrán al carro, abatiendo los asientos de atrás y poniendo algunas cajas delante. Cupieron como 70 cajas bien ordenadas. 
Llévalas Ángel. Pero no tengo para pagarte ahora esa cantidad. Mira si no regresas tú sabrás si pierdes esta oportunidad. Te dejo cada par en 23 pesos y puedes venderlos entre 70 y 90 cada uno. ¿Qué te parece? ¡Adelante! Así nació una amistad que solo separó la muerte de mi amigo. Sin embargo no hicimos mucho tiempo negocios a los pocos meses dejó repentinamente de hacer zapatos de dama para dar un giro hacía zapatos
country que empezaban a estar de moda, luego fue demandado por otra marca famosa y el pleito lo llevó a la ruina. Murió sin fábrica alguna. 
Los zapatos de mujer me permitieron cierto respiro económico pues tenía dos amigas vendedoras que movían una buena cantidad de pares por una comisión. 
Nunca he sido una persona de meditar mucho las cosas, más bien actúo como resorte que salta disparado. Esa noche no había nadie en casa y tomaba un café pensando en el futuro. Qué ejemplo le estaba dando a mi hija. Cada padre durmiendo en una habitación, enojados casi todo el tiempo, ya ni soñar en pasear juntos. 
En Casa Cuba, conozco a un cubano que me presenta a una amiga suya, un domingo salimos del dominó y la música cubana y llegamos a una privada de lujo y a un ambiente agradable y amistoso. En esa casa parecía que siempre había fiesta. Allí era punto de confluencia de cubanos y mexicanos. A punto de fin de año yo había tomado la decisión de irme de casa. Fui invitado por unos amigos cubanos a pasar el fin de año en Oaxaca. Su padre era de allí y su madre cubana. Nos conocíamos desde adolescentes y yo había sido maestro de su hermana cuando todos vivíamos en la Habana y México era algo impensado. Eso me permitiría repensar bien las cosas. Y me hasta allá fui a parar.
En una comida en casa de mi amiga y jefa de Britannica en el 85 había conocido al poeta cubano exiliado en México, Iván Alejandro Pórtela, de vez en cuando nos veíamos y aunque me había ofrecido su casa si alguna vez la necesitaba, jamás lo había molestado. 
Fue en uno de esos encuentros casuales con Víctor, hijo de Mary Lola, que viene acompañado de Iván donde le pregunto por primera vez si era posible mudarme a su casa. Mitad de gastos y no hay problemas, no te asustes tengo renta congelada. 
Esa conversación selló mi decisión de salir de casa. Dejando atrás a mí querida Abril.

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