mucho menos entonces
intento recordar, algún indicio
una casa, algo que me diga, si fue cierto que pise ese pueblo, recorrí sus calles
Sin embargo ella era la misma de la plaza
y su pelo el mismo, su cara gitana los ojos de fuego y el alma sosegada.
Ahora no preciso su imagen en detalle.
Reservo lo que importa.
Me tomó la mano me llevo despacio, o fui detrás de ella,
esos son detalles que no memorizo.
Al doblar la esquina en un callejón,
subimos de prisa a una pieza angosta muy iluminada,
con esa ventana que dejaba ver una playa hermosa.
Ese olor a mar, a salitre fresco, lo inundaba todo
y su cuerpo espuma, era pez de furia.
En su vientre caracolas con el brillo fino de la plata mexicana.
Pudo ser un sueño, aunque tan real.
Después de buscar, el lugar donde se dio todo.
Solo me ha quedado ese olor de barcos calafateados y el golpear del agua
contra el malecón. Ni un nombre, palabra o acertijo para tener una pista.
El café se enfría, en qué piensas, no me dejes sola.
Levante la vista y la soledad, me trajo de vuelta a la plaza chica
de un pueblo sin brillo que se ahogaba en polvo.
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