La sombra semeja una mujer de pechos insinuantes. Volví a mirar los azulejos verdes con sus líneas blancuzcas difuminadas. Semejan murciélagos que salen de una cueva, ojos de búho.
La tarde escurre placidez. La sombra se avejenta rápidamente. El muelle de La Concha repleto de bañistas que ríen empujándose al agua en un juego de nunca acabar. La botella de alguna antigua propaganda sembrada en el mar, las olas rompen contra el viejo farallón de concreto gastado por la erosión.
Arteaga desliza su mano por la espalda de Alicia suponiendo que nadie los mira. Mi madre me toma de la mano mientras vamos por la orilla de la playa para que no me pierda entre el ir y venir de los paseantes. Los que se tiran de los muelles evitan tocar el fondo infectado de erizos que tienen púas enormes moviéndose como antenas. A poca distancia de la rompiente una señora baña a un niño que llora. Una mancha en la pared me lleva a recuerdos que se han quedado muy profundo en la memoria. Me limpio automáticamente, halo la cadena. Me lavo las manos y salgo del baño.
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